jueves, 23 de julio de 2015

Era abanderado, tenía 16 años y lo mataron de un tiro por el celular


Víctima. Diego Funes, en el barrio. Se había mudado desde Florencio Varela. Estudiaba de noche en la Escuela 27 de Barracas y tenía 3 hermanos.

.Motochorros lo balearon en la ingle cuando quiso evitar que le robaran el teléfono a su novia, de 13. El chico vivía con su padre, que era cartonero.

 Víctima. Diego Funes, en el barrio. Se había mudado desde Florencio Varela. Estudiaba de noche en la Escuela 27 de Barracas y tenía 3 hermanos.

Diego Funes tenía una vida sacrificada. Con 16 años, estudiaba de noche en la escuela, donde era abanderado de su curso, y trabajaba en un lavadero para ayudar a su papá, que es cartonero y hace diez años, desde que su esposa lo abandonó, cría solo a sus hijos.

El lunes, estaba charlando con su novia Ludmila (13), sentado en la puerta del almacén que tienen los padres de ella. Mientras hablaban, aparecieron dos jóvenes en moto que quisieron robarle el celular a la chica. Diego reaccionó: primero le pegaron un culatazo en la cabeza que lo dejó casi desmayado. Y enseguida, lo balearon en la ingle. La víctima murió poco después.

Todo sucedió a las 20.30 en la esquina de las calles Salom y Alvarado, una zona de talleres, depósitos y casas viejas del barrio de Barracas, a una cuadra de la estación Sola –ex base de cargas del ferrocarril– y cerca de la Villa Zavaleta.

Diego era parte de una familia pobre de Florencio Varela que había llegado al barrio hace tres años. Vivía a media cuadra de la casa de Ludmila. “Ellos son cuatro hermanos y el padre prácticamente los crió a todos él solo. Los chicos se habían conocido en el barrio”, contó a Clarín Graciela, mamá de Ludmila. Llevaban casi un año y medio de novios.

“Estaban sentados en el escalón del frente del almacén, como cualquier día. Ellos solían quedarse ahí y charlar. Mi marido estaba atendiendo a un cliente con la puerta cerrada”, agregó. Ludmila planeaba hacer algunos arreglos en su dormitorio para darle otra cara: quería cambiar la alfombra y pintar. Diego iba a darle una mano con las reformas y de eso charlaban cuando aparecieron los dos asaltantes en una moto blanca y con sus rostros cubiertos por cascos.

“¡Dame el celular!”, gritaron, mientras encañonaban a los chicos. “¡No, dejá, no se lo des!”, le habría dicho Diego a Ludmila, según reconstruyó ayer la familia.

Uno de los motochorros atacó al adolescente a golpes en la cabeza con la culata del arma. Ludmila, mientras tanto, se paró con furia buscando defender a su novio y comenzó a pegarle trompadas en el casco a uno de los ladrones.

Antes de escapar con las manos vacías, uno de los asaltantes le disparó a Diego y lo hirió en la zona inguinal. Sangrando, él se repuso como pudo y se metió en el almacén. “¡Me dieron!”, alcanzó a decir. Y luego se desvaneció.

“Se tocaba la panza, pobrecito. En un momento se desmayó y así como estábamos lo subimos en el auto y lo llevamos al Argerich. Pero ya era tarde, llegó muerto”, se lamentó Aníbal, papá de Ludmila.

La sospecha es que los mismos asaltantes que asesinaron a Diego protagonizaron otro hecho violento a una cuadra de allí, media hora antes.

“Yo estaba trabajando y en eso llama mi yerno diciendo que lo habían asaltado y baleado a mi nieto Rodrigo (29). El estaba llegando de trabajar y, por lo que sé, quisieron robarle el celular. Habrá forcejeado, quiso escapar corriendo y en eso le metieron un balazo en una pierna, Por suerte está bien y la puede contar, fue solo un raspón”, le contó a Clarín “Pepe”, dueño de un viejo almacén de barrio situado en Salom y California.

Según vecinos y familiares de Ludmila, los dos homicidas están identificados, pero hasta anoche no habían sido detenidos.

“Mi hija está muy mal, destrozada, es como que todavía le cuesta asumir como verdad lo que pasó y que Diego se murió. Todavía no cayó, por momentos dice que quiere ir al hospital para no dejarlo solo”, describió la madre. Ayer, la chica estaba envuelta en abrazos y llantos con los vecinos y amigos de su novio que habían comenzado a poblar la esquina al enterarse.

El padre de Diego contó que vio a su hijo cinco minutos antes del crimen. “Fui a la casa de un amigo que vive enfrente y cuando me estaba sentado a la mesa, veo a una de mis hijas llorando. Los que mataron a Diego venían robando todos los días, los conocemos”, dijo.

“Mi hijo era un laburante. No tomaba, no fumaba. Estaba un rato con la novia, después se iba a estudiar y volvía a casa todos los días a las diez de la noche. Me ayudaba en todo. Y ahora tengo que estar fuerte, porque tengo dos nenas chiquitas. Hace diez años que estoy solo criando a mis cuatro hijos. De la madre no sé nada, un día se fue de casa y no volvió nunca más”, contó al canal A24.

Diego cursaba el primer año en el turno noche de la Escuela N° 27 de Barracas. Era abanderado del curso.

clarin.com

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