martes, 12 de mayo de 2015

LA CALESITA DE LA ESTACION

Nota publicada en el periódico “EL PROGRESO” – Mayo 2015 

La manito izquierda aferrada a uno de los caños y la derecha lista para estirar sus dedos en busca de la sortija.

Una vuelta y otra. Y tantas otras.

Gira la calesita.

¿Cuántas vueltas a la inocencia, cuántos kilómetros de cabalgar la niñez en un caballo de madera, cuántos aviones que sólo despegan en la fantasía de los pibes? ¿Cuántos autitos que recorren los caminos de la ilusión? ¿Cuántos barquitos surcando las tempestades de las tardes de ternura, cuántas luces en la kermés de la alegría? ¿Cuántas jirafas, patos y elefantes que sólo son acechados por los cazadores de nostalgias? ¿Cuántos mundos giran al compás de la calesita que va en sentido opuesto al reloj, como si fuera una metáfora de un tiempo distinto que se alcanza cada vez que se sube a su universo de colores y música? 

Muchos calesiteros se ganaron la vida (y la eternidad, que no es otra cosa que mantener el asombro de un niño en el corazón adulto) con tan singular oficio, y se hicieron protagonistas de la infancia de tantos. 

Este es el caso de Manuel Becerra, que en la década del 50 se le ocurrió instalar una calesita en la plaza de la estación Florencio Varela, luego bautizada como «Plaza Callegari».

Ni el tiempo ni la avasallante tecnología pueden condenarla al olvido.  La calesita del centro de Florencio  Varela pese a su estado desvencijado sigue siendo el lugar donde chicos y grandes viven sus fantasías más secretas; hoy quien empuja ese armatoste para darle arranque cada dos minutos es Ramón García, yerno de Don Manuel.

Los calesiteros son como los lustrabotas que adornan las calles con sus cajones de pandora, o los que venden garrapiñadas y perfuman las esquinas, o los acomodadores de los viejos cines, que son ellos mismos, películas fantásticas; o el almacenero que resiste y sigue dando yapa, y el mozo de profesión que recuerda que consume cada cliente, porque los calesiteros son agentes de la parte más noble de la vida.

Ramón García, juega a ser calesitero desde hace más de veinte años, empezó en el oficio cuando su suegro Manuel Becerra, ya cansado de tantas vueltas en su vida le pidió que se hiciera cargo del negocio. Ramón lo pensó un poco y se decidió a seguir con la tradición familiar. Al tiempo de esta transferencia de fantasías, Manuel Becerra fallecía en su lugar de residencia, en el partido de Almirante Brown.

Las calesitas son escuelas de fantasía, nos invitan a dar, desde la plaza, vueltas por mil mundos; en ellas los aviones de guerra se transforman en aviones de paz, y los caballos salvajes se dejan domar por la inocencia del que busca la sortija de la vida. 

Ramón García, más conocido como el «calesitero» de la Plaza Callegari, es un personaje de pocas palabras, no es fácil entablar un diálogo con él, le cuesta comunicarse con la gente y cuando uno quiere saber más de él, con toda su experiencia «te rebolea la pera de la respuesta y no te deja agarrar la sortija», por momentos como toda respuesta, se corta el silencio a filo y se queda mirándote como quien no entiende de que se está hablando.

Quienes reviven los recuerdos son los padres de los chicos que disfrutan vuelta tras vuelta el secreto ilusorio de la calesita; es así que hablamos con algunos de ellos para capturar sus impresiones:
 
Marta nos cuenta su recuerdo: -»Empecé a venir cuando cumplí los 8 años, siempre de pantaloncitos, porque yo de vestidos, cero... Me quedaba parada para poder estar más cerca de la sortija, pero no me pidas que me acuerde cuándo y cómo fue mi primera vuelta...», advierte mientras observa a su hija de seis años montada en un caballito de madera.

Ana María nos comenta:-»Por décadas, la calesita significó para mi familia todo un clásico de los domingos, veníamos de la zona rural, vivíamos más allá de La Capilla. ¿Quién no se ha sentido invadido por la fascinación de llegar a obtener la tan preciada sortija? A los 11 años, cuando me sentía demasiado «grandulona» para subirme al autito colorado, encontré la manera perfecta de ganarme alguna que otra vuelta: acompañaba a mi hermanito, Juan Pablo, por entonces de tres años, para que se sintiera más seguro»-.

Facundo es un caso más de padre separado: -»Con el correr del tiempo, siempre encontré excusas para seguir visitando la calesita, primero con mis sobrinos y ahora con mis hijos, Feliciano y María. ¡Me parece mentira estar del otro lado, esperando ver pasar sus caritas sonrientes!»-

Morena es algo más profunda en su interpretación: -»Me alegra que ellos, frente a tantas opciones que hoy les ofrece el mundo globalizado y tecnificado, puedan divertirse tanto como lo hice yo en un escenario que no se ha modificado. Al igual que su principal protagonista: el hombre de la sortija. La imaginación es la realidad» -
 
También en la red social de Facebook se comentan vivencias, testimonios y anécdotas de  de la calesita de Varela

Silvia Caro:» Para mí era una alegría enorme saber que iban a llevarme a la calesita!!!!!..y mucho tiempo después me toco llevar a mi hija...con la excusa de cuidarla volví a dar unas vueltas !!!!»

Ema: «Es verdad mi mamá me llevaba a mí ,yo a mis hijos y ahora ellos a los suyos»

Eli Luna: «Estaría bueno rendirle un homenaje, pero primero estaría bueno que alguien pueda colaborar con él, para la restauración de la calesita. El Sr es seriote, pero se nota buena gente!»

Susana Pinto : «Es verdad ese señor esta siempre igual. hace 19 años que lo veo en esa calesita».

Jose Maria:»Tengo 45 años y recuerdo cuando me dijo que vaya dos lugares atrás y me regalo la sortija; con el tiempo llevé a mis hijas y es cierto siempre está igual. A veces creo que se acuerda de los chicos de los 80 o 90"

Mee Lyy:»Hace muchos años que está esa histórica calesita en Fcio. Varela. Siempre he llevado a mis chikis alli. y el hombre siempre tan serio y amable.» 

Alejandro Gabriel Gonzalez:» Jajaja tengo 41 años y yo si apenas me acuerdo que él era el ayudante de un viejito gordo re buena gente. El plan muestro de chicos era ir medio cara sucia y te dejaba agarrar la sortija para mi es el duende de la felicidad de la edad dorada de mi niñez ojalá dure muchos años más»

Sol Daii Gonzalez: «Ay es verdad ese señor esta igual mi mami nos llevava desde que vinimos a vivir acá y yo tenía 6 años y siempre me ponía a llorar porque no podía agarrar la sortija y el señor me hacia subir gratis… jjaja.  Ahora tengo 23 y un hijo y lo llevo a esa calesita»

Ana, nos deja un recuerdo que tituló «Gira la Calesita»

La ansiedad se sentía en el aire de los domingos. El paseo era ir a la plaza de la estación, después de haber pasado por la feria para hacer las compras de la semana. Al llegar, los pies aceleraban sus pasos hasta terminar corriendo hacia ella, la reina del lugar.

Desde lejos se podían escuchar la música y las risas, después la veía girar con su techo multicolor. Con el boleto apretado en la mano, sólo quedaba esperar... La velocidad bajaba y prácticamente se subía en movimiento, se desesperaba por llegar primero al caballito blanco.

¿Quién no quería arrancar la sortija? Sacarla, todo un desafío de destreza, significaba que aquellas dos o tres vueltitas prometidas se podían volver 4 o 5. 

-»En los primeros años de mi hija Candela, pude observar cómo la sortija, en complicidad con Ramón el calesitero, era la que buscaba su mano insistentemente.

La vida, como la calesita, volvió a girar. Ahora es ella quien acompaña a los más chicos de la familia»-.

Periódico ELPROGRESO

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